Autora: Blanca García
Fuente: Crianza En Flor
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Hay días difíciles en la crianza de mis hijos. Generalmente son esos días en que alguna pesadilla o un dolor de guatita nocturno ha hecho que el descanso sea insuficiente. Cansada, con sueño, no queda otra que iniciar una nueva jornada sola con los niños (marido trabaja fuera de casa y la red de apoyo familiar no tiene margen para reaccionar sobre la marcha de un día ya iniciado).
El cansancio y el sueño se convierten en el impulso de una bola de nieve que empieza a rodar montaña abajo. Si estoy cansada por falta de sueño, mi hija y mi hijo también lo están. Ella, de 4 años, se frustra con facilidad, anda enojona, explota en llanto, está dispersa, se le rompe un collar y quiere pintar con acuarelas al mismo tiempo que quiere un huevo duro ¡ahora ya!. Él, de 3 meses, despierta lloroso, no quiere porteo, no quiere brazos, no quiere cama, no quiere teta, al mismo tiempo necesita brazos, teta y mi cuerpo conteniéndolo, el llanto hace que se llene de gases y llora más. Ambos lloran al mismo tiempo y yo sólo quiero salir arrancando. Con el cansancio encima no puedo responder sensible y oportunamente a lo que necesitan, no puedo anticiparme, me cuesta contenerlos, no puedo calmarlos. La bola de nieve se va haciendo gigante apenas llegando el mediodía. No he desayunado aun y se acerca inexorablemente la hora del almuerzo.
¿Qué hacer? ¿Qué hacer? ¿Gritar a mi hija tirándole toda mi frustración y cansancio encima? ¿Dejar a mi hijo solo llorando mientras echo a cocer el huevo? Y respiro profundo. Y me corre una lágrima. Y busco en mi cabeza algo que me haga sentir bien rápidamente. ¡Un chocolate caliente! (otras veces ha sido un café, música, salir a caminar los tres, golpearle la puerta a mi vecina o llamar a mi marido). Con mi hijo llorando en brazos me sirvo el dichoso chocolate instantáneo, al tiempo que le digo a mi hija que se coma un plátano mientras el huevo se cocina y que no pinte con acuarela hasta que su hermano esté calmado, porque no puedo apoyarla con el delantal de pintar y el agua para el pincel en estos momentos.
Tragarme el chocolate caliente en medio del caos, respirar profundo y mirar de frente lo que siento, detienen la bola de nieve y evitan la avalancha. Evitan que explote violentando a mis hijos. En un rato he recobrado la capacidad para calmar a mi hijo, para hablarle a mi hija con “lenguaje del amor” y para recordar que hay comida congelada en el refrigerador. Esta vez he triunfado, lo más probable es que otros días no me vaya tan bien, pero evitar la avalancha hoy me deja aprendizajes para otros días como estos.
Es difícil, es desafiante, es triste también. Es difícil estar sola con dos hijos a cargo. Es desafiante ser respetuosa con las necesidades de los tres. Es triste cuando los hijos “pagan el pato” de nuestra soledad cotidiana.
En esos días difíciles, debo decir que sobrevivo, que me cuesta disfrutar y que sólo encuentro placer cuando mis dos hijos duermen. ¿Siento culpa por sólo disfrutar cuando duermen? ¿Soy mala madre por eso? No, es la pura verdad. El dicho dice que “Para criar un niño se necesita una tribu entera” y yo, he estado sola batallando con el cansancio y la necesidad de bienestar de los tres. Más vale sentirme orgullosa de llegar a la hora de la siesta consciente de todo lo ocurrido, consciente de cómo mi capacidad de responder sensiblemente a las necesidades de mis hijos se ve mermada por el cansancio, consciente de que necesito siempre comida congelada en el refrigerador, consciente de que necesito chocolate instantáneo (u otros activadores de bienestar), consciente de que necesito ayuda pronto, consciente de mi necesidad de descanso, consciente de la vital importancia de cuidar de mi misma para poder cuidar de ellos.
La base de una crianza respetuosa es el autocuidado, no lo olvidemos jamás. Como madre, o como padre, debo cuidar de mí primero, para luego cuidar de mis hijos oportunamente, con amor, respeto, consciencia y sensibilidad.
Blanca Garcia
Fundadora/Directora de Crianza En Flor
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