Autora: Victoria Viñals
Fuente: Radio U. De Chile
Trabajar para comer. Trabajar para desarrollarse. Tener que pagar más de la mitad del sueldo en el cuidado de los hijos, o tener que dejarlos solos, o en la sala cuna, pero con el corazón desgarrado. Sentirse culpable, mala madre, insuficiente. En tiempos donde pareciera ser que las mujeres han alcanzado la igualdad de derechos, las madres continúan siendo sometidas a malos tratos y discriminaciones.
“Cuando recién me separé del papá de mis hijas, me fui a vivir sola con ellas a una casa. Recién había egresado de la universidad. Soy ingeniero agrónomo, pero tuve que trabajar de temporera porque el rubro es muy machista y no hay otra forma de entrar a los fundos. Corté limones y recogí nueces. Era el año 2012, tenía 34 años y tres niños. Ganaba 250 mil pesos líquidos. Mi hijo mayor tenía 12, la del medio 7 y la menor 5 años. Cuando estaban de vacaciones de verano y también cuando llegaban del colegio tenía que dejarlos solitos. Les dejaba todo listo y me pasaba llamándolos: “¿están bien? ¿comieron? ¿lavaron la loza? Ya, apenas salga del trabajo me voy para allá. No salgan, vean tele”, les decía. Me sentía mala mamá. Me sentía culpable por no estar con ellos y por perderme las risas y los juegos. Por no estar ahí si se caían y lloraban o para ayudarlos en las cosas que quisieran hacer”, relata Doris.
“Es fuerte. Una no se puede entregar cien por ciento en el trabajo, está todo el día pensando: ¿habrán prendido bien la cocina?, ¿habrán metido algo metálico al microondas?, ¿y si explota?, ¿y el gas?, ¿y si viene un extraño y se da cuenta que están solos? Me dolía, pero había que trabajar no más porque hay necesidades que cubrir. Me hubiera gustado tener una mejor pega, un mejor sueldo y pagarle a alguien que me los cuidara para no tener que dejarlos solos”, agrega.
El caso de Doris, es uno de los miles de casos de mujeres jefas de hogar, que tienen que dejar a sus hijos sin la protección de un cuidador adulto para poder trabajar. Lo que deja en evidencia el problema del cuidado de los hijos cuando las mujeres, designadas por el orden social como las principales cuidadoras, tienen que integrarse o reintegrarse por necesidad al sistema laboral.
Dentro de un esquema general de salarios, el bajo valor que le asigna al trabajo en nuestro país se hace aún más patente en el caso de las mujeres. Según datos entregados por Fundación Sol, en Chile el 50 por ciento de las trabajadoras gana menos de 220 mil pesos al mes. Si se avanza hasta el percentil 85, es decir a cuánto gana el 85 por ciento de las mujeres, la cifra no alcanza a superar los 500 mil pesos líquidos. Una primera aproximación sobre estas cifras lleva al análisis de que en Chile a las mujeres se les considera como un ingreso complementario en el hogar.
El entramado que construye la desigualdad de género en el ámbito del trabajo estaría sustentado a todos los niveles. Partiendo por una serie de distinciones de facto integradas en la ley laboral, siguiendo por una relación asimétrica entre trabajadora y empleador, agudizada por la propia condición de género, hasta la acción de una serie de mecanismos que operan a nivel simbólico, relacionados con la culpa y el deber ser histórico y patriarcal.
El problema del trabajo
Una relación laboral entre dos sujetos se construye bajo la premisa de la existencia de un vínculo de “dependencia y subordinación”. El factor “dependencia” está relacionado con el reconocimiento que realiza el ordenamiento jurídico de que una de las partes, el trabajador, necesita realizar una determinada actividad para poder subsistir. La “subordinación” implica una relación de asimetría donde el empleador, tiene funciones de dirección y vigilancia respecto al trabajador. Significa una relación de predominio social y económico de uno respecto del otro agente en la relación.
Esta asimetría es la que construye el ámbito de las relaciones laborales y se produce cuando el sujeto necesita vender su fuerza de trabajo, su potencial humano, para poder sobrevivir. Gonzalo Durán explica que las mujeres se enfrentan a una doble asimetría. Por un lado, en la relación que ocupa como trabajadora respecto al empleador, y por otro lado respecto a los hombres quienes realizan las mismas funciones y con la misma calificación que ellas.
El pecado original
“Tengo 27 años, soy madre primeriza y vivo junto con mi pareja. Mi hija Violeta cumplió un año el 1 de febrero. Trabajo como cajera en una tienda de retail. Mi jornada era de 30 hrs y tuve que bajarlas a 20 para poder cuidar a mi hija. Fue una decisión difícil por el tema monetario. Ha sido complejo vivir este proceso, no sabes a lo que vas. Yo postergué mi crecimiento laboral por ser mamá”.
El posnatal fue un fiasco, me pagaban 50 o 60 mil pesos mensuales. Me retuvieron 500 mil pesos en pago de licencias. Si no averiguo bien hubiera perdido ese dinero. En los meses que estuve con postnatal me di cuenta que no me pagaron las cotizaciones y la empresa me respondió que eso lo hace la caja de compensación a la que estoy afiliada. Debo decir que es muy poca la información que te entregan. Ellos hicieron una modificación en mi contrato, algo que por el fuero, se supone que no se puede hacer. Yo firmé esa modificación de contrato ya que no sabía que estaba protegida por la ley. Se aprovechan de la ignorancia de los trabajadoras”, relata Valeria M.
Verónica Riquelme, investigadora de la Dirección del Trabajo, publicó el año 2011 un estudio titulado ¿La maternidad castigada? Discriminación y malos tratos, donde elabora un acabado diagnóstico de la situación laboral de las madres en Chile. El informe presenta conclusiones estremecedoras: las mujeres son discriminadas y reciben malos tratos, entre otras causas por, por ser madres y esta conducta pareciera ser una práctica sistemática de las empresas, sin distinción de rubro.
En términos estrictamente económicos, los costos que genera el proceso de embarazo y puerperio son muy bajos para las empresas, pues el permiso maternal más prolongado es de cargo estatal. En este sentido, Verónica Riquelme señala que “la maternidad de las trabajadoras dependientes sigue siendo mal acogida en las empresas y ellas continúan soportando conductas de discriminación”.
Eduardo Caamaño, doctor en derecho laboral y académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, llama a este fenómeno “el pecado original”. Advierte que esta discriminación tiene que ver con una idea de que hombres y mujeres tienen funciones diferentes, donde los hombres son reconocidos como proveedores y las mujeres como cuidadoras.
Tercerización
Otra de los aspectos llamativos de la organización del mercado del trabajo tiene que ver con el aspecto del acceso. Por regla general, las mujeres trabajan en sectores tercerizados de la economía, como el comercio y el servicio social, donde encontramos el área de la salud y la educación.
Otro tipo de empleos, donde generalmente se paga más por el valor del trabajo, como la industria, la minería y la construcción, serían excluyentes: “Es posible determinar que hay una suerte de masculinización de ciertas áreas de la actividad económica donde no tienen cabida las mujeres”, señala Gonzalo Durán.
Javiera S. es una excepción a la regla: “Soy geóloga y soy mamá de una bebé de 1 año 1 mes, Tengo 37 años. Trabajo en una empresa minera y toda mi vida laboral la he hecho en terreno. Antes de embarazarme estaba bajo un sistema de turnos de ocho por seis, viajando todos los martes a Calama. La empresa ha respetado todos los beneficios legales, pero siento que para ellos es una complicación y a veces creo que me van a despedir cuando se termine mi fuero. Mi mamá ha sido mi salvación, va todos los días a mi casa y se queda con mi beba. Tuvo que renunciar a su trabajo anterior y yo le doy un sueldo mensual de 350 mil pesos”.
El caso de Javiera grafica de qué forma, este tipo de sectores de la economía parecieran ser diseñados exclusivamente para los hombres y absolutamente despiadados con las escasas excepciones que se presentan.
“No sé qué voy a hacer cuando terminen estos dos años… si no me echan de esta empresa, ellos esperan que yo retome el terreno y la verdad no me veo volviendo a los turnos de ocho por seis y dejar a mi beba tantas noches sola con su papá. Este es el dilema de la gente que trabaja en la minería en general y parece que nadie habla de esto”, relata Javiera.
Eduardo Caamaño explica que este tipo de fenómenos están relacionados con la forma que se valoriza el trabajo y las construcciones de género:“El trabajo de las mujeres se valoriza como el elemento adicional, secundario, pero no prioritario y por lo tanto se valoriza en menor medida porque se parte de la base de que su principal responsabilidad y función es ser madre y cuidadora”.
A todos los niveles
De acuerdo a los datos otorgados por la encuesta CASEN 2013, considerando los salarios en promedio, los hombres ganan un 36 por ciento más que las mujeres, lo que representa una brecha que bordea los 125 mil pesos al mes. En los estratos con mayor educación de la población, es decir, en el grupo de personas que cuentan con más de 18 años de estudios, esta diferencia salarial sería incluso más alta, alcanzando el 55 por ciento.
Además de ganar sustancialmente menos, este grupo de mujeres se encuentra con lo que Gonzalo Durán describe como “Efecto techo de cristal”: “Mientras las mujeres van subiendo en la pirámide de jerarquías de una empresa u organización, llega un minuto en el que se enfrentan a un techo de cristal, literalmente, porque suben a ese nivel y se caen, no pueden seguir avanzando. Esto se traduce, en que las mujeres no pueden acceder a cargos de decisión relevantes dentro de una organización o empresa, porque estos cargos están en manos de hombres no dispuestos a cambiar el orden de las cosas”.
Abandonar el trabajo
Carolina O. señala: “Tengo dos hijos: una niña de 12 y un niño de 1 año 3 meses. Soy Educadora de Párvulos y en este medio la maternidad es compleja porque los sueldos son muy bajos. Cuando le comuniqué a mi jefa que estaba esperando guagua me dijo que debí haber coordinado con ella antes de embarazarme. Después vinieron un montón de malos tratos, por lo que terminé presentando licencias hasta mi pre natal y luego después del término del post natal. Finalmente presenté mi renuncia al trabajo y perdí mi fuero y antigüedad. Volver a trabajar se ha hecho complejo porque no puedo pagar 300 mil a una persona para que llegue a mi casa a las 7 de la mañana y se vaya después de las 8, si a mi están ofreciendo un sueldo de 400 mil”.
Para las mujeres que tienen la opción de contar con alguien que las provea del sustento económico, quedarse en la casa al cuidado de los hijos resulta una alternativa a considerar. El costo que implica pagar a alguien que se haga cargo del cuidado, o un jardín infantil, la mayoría de las veces resulta demasiado alto.
“Decidí junto con mi esposo quedarme en la casa con los niños y dejar de trabajar, porque entre suma y resta no me conviene. Hasta el momento hemos sorteado bien lo económico pero ha sido a costa de dejar muchas cosas de lado y eso a larga pasa la cuenta. Una se enfrenta a muchas decisiones y al final terminas pensando en todos y sacrificando tus intereses”, cuenta Carolina O.
Si bien, para muchas mujeres resulta hasta un sueño dejar las miserias de la vida laboral y quedarse en la casa al cuidado de los hijos y de la vida doméstica, lo cierto es que este escenario tiene un efecto directo en la jubilación. Según datos proporcionados por Fundación Sol, el 93 por ciento de las mujeres que reciben pensiones de vejez, en modalidad retiro programado, que son las que pagan las AFP, son menores a 147 mil pesos, es decir, son menores al 65 por ciento del salario mínimo.
Una mujer que decida vivir una vida sencilla para cuidar de sus propios hijos, se verá enfrentada, no sólo a la postergación de su desarrollo laboral, sino que sobre todo a una vejez precarizada.
El costo emocional y simbólico
“Mi nombre es Lorena, tengo 36 años y soy Médico Veterinario. Tengo 2 hijos, Emilia de 5 años y Diego de 1 año 3 meses. Al entrar a trabajar, me cuestioné todo. Sólo quería estar con mi hija, mi cuerpo me pedía estar con ella, la necesidad física de amamantarla era tremenda. Quiero aclarar, que mi trabajo es bueno, muchos colegas darían todo por tener un trabajo estable como éste. Pero, en ese momento lo único que quería era no estar ahí, y estar con mi hija que me necesitaba. No podía dejar de trabajar porque, era la que aportaba más al ingreso familiar. Odiaba a mi marido, por no poder ser mantenida y quedarme en casa. Todos esos sentimientos eran para adentro porque no sabía cómo expresarlos. Todo el mundo te dice que es lo normal, es súper aceptado socialmente que un bebé vaya tan chico a la sala cuna”, relata una madre.
María José Ugarte, psicóloga y especialista en apego, señala que a nivel psíquico, durante el último trimestre de gestación, las mujeres tienen un cambio de consciencia, donde se encuentran en un estado de transparencia psíquica, donde todo es vulnerable a su ser. Luego, durante el puerperio se despierta la consciencia primaria, es decir, las mujeres se encuentran en su estado más primario, lo que les permite poder fusionarse con sus hijos, establecer una relación simbiótica donde madre y bebe son una misma persona.
Este proceso dura desde el nacimiento hasta que el bebé es capaz de percibirse a sí mismo como un individuo diferente de su madre, en un proceso que podría llegar a durar hasta dos años. En este sentido, el término del postnatal y la reintegración al trabajo, representa para las mujeres un momento de crisis, un quiebre dentro de su estructura psicológica.
Esta separación, es frecuentemente definida como una ruptura crítica para la madre. Donde es posible observar que se presentan una serie de conflictos emocionales llegando incluso a depresiones, crisis de angustia, ansiedad e incluso pánico.
“Llevé a mi hijo a la sala cuna con mucho temor. Partimos con un periodo de adaptación muy lento, estuve con él y el cuarto día me pidieron que saliera y estuve sentada afuera toda la mañana. Al quinto día me fui a la casa desgarrada. Mi bebé estaba bien, pero yo no, llore mucho rato, me di vueltas esperando que me llamaran. Me sentí como con un tenso y grueso cordón que salía de mi estómago y se quedaba unido a ese jardín y me tiraba. Aún me cuesta un siglo dejarlo ahí. Mi bebé se adaptó, pero yo no. La mayoría de las veces se despide sin problema. Otras veces llora, se abraza y no quiere que me vaya. Es desgarrador darse la vuelta y tener que salir sin poder quedarnos abrazados y jugando todo el día”, cuenta Marcela V.
María José Ugarte explica que cuando este proceso de distanciamiento entre la madre y el bebé ocurre de manera temprana, es decir, antes del proceso de individualización, se transforma en algo muy doloroso: “Esta sensación de desgarro que describen las mujeres, no es producto de una exageración, es algo definitivamente antinatura. Cuando la sociedad no protege esta necesidad que tiene la madre respecto a su hijo y tiene que volver a la vida laboral, se está forzando a las mujeres a romper esa simbiosis, lo que presenta un quiebre tanto para la madre como para el bebe”.
Este proceso fuerza a un número significativo de madres a buscar mecanismos que le permitan extender de cualquier forma su postnatal. La mayoría trata de conseguir licencias que le permitan, al menos hasta el año, quedarse con sus hijos. Este fenómeno ha generado una supervigilancia de las licencias médicas y al sistemático rechazo de su pago, lo que presiona la economía doméstica al límite, forzando el endeudamiento y la reintegración.
Un aspecto desatacado sería la forma en que las mujeres, condicionadas por años a los roles inculcados por el patriarcado a su género, experimentarían fuertes sentimientos de culpa por separase de los hijos. Siendo forzadas a asumir la responsabilidad emocional de no tener dinero suficiente para mantenerse.
La autora española Casilda Rodrigañez señala en su libro La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente que esta negación primaria del cuerpo de la madre, representaría para el bebé una negación vital y originaria. Un quiebre, un mensaje de que sus necesidades primarias son y serán permanentemente insatisfechas, por lo que no le queda más que conformarse. Este, señala la autora, sería la primera sumisión del sujeto; la que lo determinaría a someterse después a las estructuras sociales, económicas y políticas de dominación. Sería en definitiva, el principal agente del status quo.
Que alguien haga algo
Verónica Riquelme concluye su investigación advirtiendo que: “Es urgente que la maternidad sea una responsabilidad de toda la sociedad y no solo de las mujeres: respecto al nacimiento y crianza de los hijos, hay tareas que le competen al Estado, otras a los actores laborales —empresarios y organizaciones sindicales— y a ambos padres”.
Por su parte, Gonzalo Durán advierte que un aspecto que podría contribuir a mejorar la situación de las mujeres, sería realizar negociación colectiva por rama de actividad económica, “donde las demandas de las mujeres son puestas como relevantes. Si se obtiene algo, se actúa sobre toda la rama de trabajadoras. Si eso se logra a nivel de un sector, eso se extiende hacia las otras ramas y finalmente hacia todos los sectores de la sociedad”. En Chile fue posible negociar por ramas hasta la imposición del llamado “Plan laboral” en 1979. Actualmente está prohibida.
Otro aspecto que resulta necesario evidenciar tiene que ver con que esta discriminación hacia las mujeres, tiene un impacto directo en los hombres, como advierte, Eduardo Caamaño:
“La legislación laboral también discrimina a los hombres, porque no les da derechos como padres. Según establece la legislación civil, el padre tiene corresponsabilidad sobre el cuidado de los hijos. Por lo tanto es necesario hacer una resignificación de la legislación laboral, que parta de la base de la corresponsabilidad. Como lo han hecho otros países que parten de la base de que hombres y mujeres son proveedores y cuidadores por igual”.
Ninguno de estos aspectos es considerado en la reforma laboral que actualmente se tramita en el Congreso. Una reforma donde las mujeres y la maternidad siguen siendo invisibles, como el perfecto reflejo de una sociedad de rígidas jerarquías y vínculos de sumisión.
Lorena C. dice que pareciera que a nadie le importa. Que todas las formas de violencia estuvieran naturalizadas. Que mientras alguien se decide cambiar las cosas, el tiempo sigue pasando sobre la vida de todas las mujeres y de todas las madres. Dice mientras tanto sus hijos siguen en el jardín. Que ella no puede dejar de seguir yendo al trabajo.
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