Autora: Mónica Felipe-Sarralde
Fuente: Estudio sobre el útero

Ayer pude asistir a unas conferencias que bajo el título los Derechos Humanos de los niños en España, organizaba la  Asociación para la custodia compartida. Asistí porque mi amiga Prado Esteban presentaba su libro Feminicidio o Autoconstrucción de la mujer. No asistí al total de las conferencias, pero de las intervenciones que presencié me quedó un reposo amargo. No deseo hablar sobre la custodia de los hijos, sino de la tesis sostenida, argumentada y defendida de que en el mundo laboral existe un techo de cristal con el que las mujeres chocamos irremediablemente, sí o sí, por razón de la maternidad. (Cuando llegábamos a este punto, Prado y yo levantábamos las cejas en señal de alerta).  En las declaraciones de los ponentes (mujeres y hombres) se podía apreciar una de las consignas básicas del feminismo oficial que como un mantram hemos escuchado,  asimilado y recitado de forma inconsciente. El trabajo es un derecho de la mujer. La familia es una carga (que hay que repartir).

Permíteme la risa floja. Si levantarse a la siete de la mañana, dejar a los niños en la guardería, regresar agotada ocho o nueve horas después a recogerlos y trabajar en precario por mil euros (o poco más) al mes es un derecho… algo hemos hecho mal. Las mujeres hemos accedido a un mercado laboral masculino sin cuestionar las bases del mismo y arrasando con otros aspectos de nuestra existencia que hemos considerado secundarios.

Tengo una amiga, licenciada con posgrado, que lleva toda su vida laboral siendo becaria en precario.  Es el primer miembro de su familia que accedió a la Universidad. Su padre era mecánico y del sueldo del padre vivían cuatro: la madre, el padre y dos hijos. Mi amiga, de cerca de cuarenta años, no ha podido vivir de su sueldo prácticamente hasta hace pocos años y su situación es tan insegura que no se puede plantear tener familia porque el sueldo no llega y teme que la despidan.

Hemos accedido al mercado de trabajo asumiendo los parámetros de la biología masculina, la cultura dominante patriarcal, los ritmos acelerados y dejando por imperativo a la familia en un segundo término. Tal y como está creado el sistema laboral, o trabajas o te encargas de tu familia. Porque encargarse de la familia, educar y cuidar implica tiempo y energía que, después de nueve horas fuera de casa, no abunda.

Para las mayorías de las tesis feministas, la maternidad era el objetivo a batir. Una maternidad que nos volvía inseguras, sumisas y nos recluía en casa. Para ellas, hijas burguesas y acomodadas, la lucha era la de una libertad que soñaban y anhelaban con ojos de hombre. El hombre fue la medida de la libertad. Y el hombre no es cíclico, ni se preña, ni pare ni amamanta. El hombre puede, incluso, no  vincularse emocionalmente con sus hijos. Y el hombre podía poner en el primer valor la acumulación de riquezas, el éxito profesional o la independencia. Y eso hemos buscado desde entonces.

Para  Simone de Beauvoir (1.908-1986) la maternidad era una servidumbre:

«Todo el organismo de la mujer está adaptado a la servidumbre de la maternidad y es, por tanto, la presa de la Especie»
Elisabeth Badinter publica en 2011 un libro titulado “La mujer y la madre”, cuya tesis viene a sostener que la maternidad es una nueva forma de esclavitud.

Pero ambas feministas son hijas tanto de su condición de mujer como de su condición de burguesas adineradas. Me preocupa cuando las mujeres, recién paridas, dejan a sus hijos en manos de otras mujeres más pobres. Que a su vez dejan los suyos en otras aún más pobres que ellas o en instituciones. Ese “que ninguna cría esté con su madre” es una de las mayores aberraciones que he podido observar. Me preocupa cuando mujeres aparentemente inteligentes alegan que su carrera profesional es lo primero, pero no señalan cual es el problema real para conciliar, por qué debieron elegir. Yo quiero todo. Quiero tener una maternidad gozosa, cercana y verdadera, con más presencia cuando soy más necesaria, y quiero poder desarrollarme profesional y personalmente de forma íntegra. La dificultad para conciliar no es ser madre; la dificultad para conciliar es el sistema de relaciones laborales en el que no se compra tu trabajo, se compra tu tiempo que por ende, es tu vida.  Antes dependíamos del marido; ahora lo hacemos del jefe o, en el peor de los casos, de un decreto-ley.

Hay que estar muy ciega o habernos creído tanto las consignas como para no reconocer que nos hemos convertido en esclavas y que, además, debemos de estar agradecidas. Antes con un sueldo vivía una familia de cuatro o cinco miembros; ahora con dos sueldos no llega para vivir tres. Si al menos tuviéramos el valor de señalarlo y comenzáramos a crear otras relaciones interpersonales y laborales entre todos, otro gallo nos cantaría.

(…) Numerosas matizaciones que no deseo quedarme con ganas de hacer:

Matiz 1: En mi caso (que es el conozco más en profundidad), yo decidí quedarme con mi hija los primeros años de su vida. Deseé (fue mi deseo y decisión) criarla y renuncié al trabajo que venía realizando hasta ese momento. Consideré (dado que llevaba trabajando y estudiando desde los 18 años) que merecía vivir otras experiencias en esta vida y no estaba dispuesta a perdérmelas.

Matiz 2: Desde el primer momento, no equivoqué que cuidar y criar a un bebé es lo mismo que limpiar, cocinar y ocuparme de todas las labores de la casa. Volvimos a repartir las tareas de forma que ambos (mi pareja y yo) estuviésemos de acuerdo.

Matiz 3: Yo pude quedarme en casa a cuidar de nuestra hija porque mi pareja me apoyó en todo. Sobre todo en lo económico, pero también en el reparto de tareas en el hogar y en la consideración que el esfuerzo de estar con un bebé supone. Nunca me sentí denostada o en una posición de sumisión respecto a él.

Matiz 4: Nunca sentí ni creí que quedarme a cuidar a mi hija fuera menos importante que salir a trabajar. Nunca me sentí sometida a mi pareja por el hecho de no ganar un sueldo a final de mes.

Matiz 5: Nunca consideré a mi hija una carga. Había días intensos y a veces podía estar más cansada, pero nunca fue para mi una carga. Más bien ha sido y es una fuente inagotable de alegría, felicidad y desarrollo personal inmensa.

Matiz 6: No creo que todas las mujeres deban de tener hijos, ni que la maternidad deba ser obligatoria para tener una vida plena y feliz. Pero a mi me gusta.

Matiz 7: En el anterior post hablo de la conciliación y de maternidad, como podía hablar de la conciliación y la paternidad o de la conciliación y la familia. Por eso me centro en las mujeres/madres y no incluyo a los hombres en mis comentarios.

Matiz 8: Ese post lo escribí pensando en mi experiencia y en la de las mujeres que me rodean en este país. La situación de otros países la desconozco y, por lo tanto, comprendo que haya contextos en los que sea de difícil encaje lo que expongo. Pero creo haber captado el sentir de una parte de las madres de mi generación (cercanas a los cuarenta años) que nos hemos sentido engañadas cuando, después de una carrera profesional más o menos exitosa, hemos devenido madres.

Matiz 9: Mi visión del mundo incluye una maternidad, paternidad y crianza más gozosas para los adultos y los bebés. Mi intención era generar un debate sobre la situación que parece de obligado declive de los derechos laborales. En el caso de las madres, además, por la fractura que en muchas ocasiones implica dejar largos periodos de tiempo a los bebés al cuidado de otras personas. No pongo en duda, en ningún momento, que los padres también pueden sufrir por lo mismo.

Matiz 10: Creo que merece la pena comenzar a despertar de una vez del letargo del patriarcado. Y cuando digo patriarcado, no señalo a los hombres. En este sistema todos y todas somos víctimas y verdugos. Todos y todas sostenemos y alimentamos el patriarcado.

Y, por último, quisiera señalar que el sistema de trabajo es el que es porque está al servicio del dinero y no de los seres humanos. Cambiar el paradigma de la relación personal con el trabajo, de asalariada a empresaria o autónoma, por ejemplo, puede suponer una gran mejora en la conciliación familiar. Fundar cooperativas o buscar empleo en empresas responsables con flexibilidad, ser consumidoras responsables… todo menos continuar sosteniendo un sistema que no nos cuida, al que no importamos y que, como una alimaña, se alimenta de la última gota de sudor de nuestra frente… y de las lágrimas de nuestros hijos.

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