Autor: Mario Waissbluth
Fuente: El Mostrador
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La burocracia del Mineduc se ha dedicado por décadas a crear un sistema infernal, en el cual, mientras más horas de clase y materias se pasen, creen, absurdamente, los niños aprenderán más. En los países avanzados, el lema es “enseñar menos pero mejor”. Aquí, es “enseñar mucho pero mal”. En Chile, se imparten cerca del doble de horas de clase al año que en países avanzados, y se tiene a profesores y alumnos como ratas preparando Simce tras Simce y, cuando ya se agotaron de embrutecerlos, entonces comienza la preparación de facsímiles de la PSU.
El daño siquiátrico a los niños de Chile comienza en la casa
Un estudio publicado en la Revista Médica de Chile de 2012, denominado “Salud mental infanto-juvenil en Chile y brechas de atención sanitarias”, señala que “… más de un tercio de la población infanto juvenil en Chile presenta algún trastorno psiquiátrico en un período de 12 meses”. Estos sufrimientos incluyen trastornos: a) ansiosos, b) afectivos, c) de comportamiento disruptivo, y d) de consumo de sustancias. La muestra señala que la situación es peor en chicos y chicas de 4 a 11 años que en el tramo 12-18. ¿Usted cree, por alguna casualidad, que esos niños tienen alguna posibilidad de aprender a leer, entender números, tener un comportamiento adecuado en las aulas, o empatizar con sus compañeros y profesores?
Esto tiene su origen en lo que ocurre en la casa, y lo que ocurre en la escuela, y ambas aberraciones se potencian para crear la tormenta perfecta.
Según el 4º Estudio de Maltrato Infantil Unicef 2012, “el 71% de los niños y niñas recibe algún tipo de violencia de parte de su madre y/o padre; un 51.5% sufre algún tipo de violencia física; el 25.9% de los niños y niñas sufre violencia física grave”. ¿Se da cuenta el horror de lo que estoy diciendo? Léalo de nuevo, por favor, y atine. No haga como los avestruces. Coménteselo al vecino. Vea además cómo coincide con las cifras de trastornos psiquiátricos arriba mencionados.
El daño se potencia en las aulas
Ahora bien, uno esperaría que la sala cuna, el jardín y la escuelas se convertirían al menos en el refugio para que estos chicos pasen algunas horas del día lamiéndose las heridas afectivas, divirtiéndose y aprendiendo un poco. Falso. Me adelanto a decir que esto no es culpa de los profesores o educadores de párvulos, que son los que tienen que apañar con esta tremenda carga emocional y profesional, sino de un sistema educativo sobresaturado de contenidos y horas de clases y Simces y PSUs, que deja mínimo espacio para el juego y la creatividad.
La burocracia del Mineduc se ha dedicado por décadas a crear un sistema infernal, en el cual, mientras más horas de clase y materias se pasen, creen, absurdamente, los niños aprenderán más. En los países avanzados, el lema es “enseñar menos pero mejor”. Aquí, es “enseñar mucho pero mal”. En Chile, se imparten cerca del doble de horas de clase al año que en países avanzados, y se tiene a profesores y alumnos como ratas preparando Simce tras Simce y, cuando ya se agotaron de embrutecerlos, entonces comienza la preparación de facsímiles de la PSU. Esto no solo daña el aprendizaje creativo, la empatía, la oralidad y el trabajo en equipo, sino que agrava el daño emocional producido en la casa. ¿Pero cómo? ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? Vamos a la literatura una vez más.
El país que más se asemeja a Chile en las estupideces del “Simce con consecuencias” es… nuestro modelo de sociedad… Estados Unidos. Un artículo de Twenge de 2010, del Clinical Psychology Review, se denomina, traducido, “Estudio de cohortes 1938-2007: aumento en la psicopatología de los jóvenes americanos”. Señala que ha habido un drámático aumento en este período, usando los mismos instrumentos de evaluación. La explicación esencial que da Peter Gray en “Freedom to Learn” es que la ansiedad y la depresión se correlacionan significativamente con la sensación que tienen las personas de control o falta de control sobre sus propias vidas.
Hay en USA, y también en Chile, un giro casi tectónico de lo que se llama la motivación intrínseca (Pedrito: “Yo tengo ganas de aprender, jugar, crear, hacer algo que me interesa, pasarlo bien”) a la motivación extrínseca a sus vidas (Pedrito: “¡Tienes que aprender los contenidos obligatorios de Cuarto Básico aunque no entiendas lo que lees!”). Los chicos, en suma, tienen escasísimas oportunidades para el juego en la escuela o en la casa por las tareas escolares o domésticas, si es que no están –en un 25% de los casos– sufriendo algún tipo de abuso grave.
Cuando ya la desmotivación, patológica o académica, hace presa de ese niño, y deja de entender lo que lee, y comienza a quedarse atrás de sus compañeros, pasa del hastío a la sensación de humillación. ¿Puede haber algo más humillante que sentir que sus compañeros sí están entendiendo, y que uno ni siquiera logra descifrar los párrafos que tiene al frente? De ahí a la mala conducta, el bullying o la deserción hay un sólo paso.
La combinación de la violencia intrafamiliar con el embrutecimiento escolar es casi letal. Y después nos sorprendemos de los elevados porcentajes de la población que no entienden lo que leen, y de los elevados y crecientes índices delictuales.
La combinación de la violencia intrafamiliar con el embrutecimiento escolar es casi letal. Y después nos sorprendemos de los elevados porcentajes de la población que no entienden lo que leen, y de los elevados y crecientes índices delictuales.
¿Hay solución?
Sí, todavía quiero creer que la hay. Por cierto, ella no pasa por tener helicópteros arriba de las ciudades con megáfonos diciendo a los adultos que no hay que golpear a los niños. Lo que tenemos, como consecuencia de décadas de inequidad, drogadicción, alcoholismo, consumismo espurio y alienación, es una enfermedad social de graves y profundas causas y consecuencias, que se soluciona en décadas, si es que se soluciona.
Pero podemos tratar de rescatar a los niños dañados o, al menos, a una fracción respetable de ellos. Si no los rescatamos, la sociedad chilena seguirá dañada a través de los hijos de los hijos de los que no rescatemos hoy.
La solución es, por supuesto, multisistémica, de larga duración y masiva, por ende, carísima, la primera prioridad de la nación, y no se basa en un mero llamado a las buenas costumbres y algunos mensajes comunicacionales, o la mera creación de una Subsecretaría, como lo que está intentando, con todo respeto, el Consejo Nacional de la Infancia. Esta debiera ser la megarreforma del Estado de Chile, con un Plan Nacional de 20 años y la primera prioridad presupuestal de la nación. Pacto político, esta vez en serio, y con las manos en alto de veras. Aquí van seis ingredientes.
- Las Escuelas Maternales de Chile. Cobertura masiva y en horario extendido de jardines infantiles y salas cuna de lujo. De lujo. No con una educadora cada 28 o 30 niños como se está haciendo ahora, lo cual es una mera guardería, sino con una cada 10 o 12. Por cierto, estas educadoras debieran ser también de lujo, formadas en escuelas pedagógicas de lujo, la primera línea de atención a la infancia, con preparación no solamente docente sino en atención psicológica primaria para poder detectar patologías de manera temprana, y con capacidad para apoyar a madres y apoderados, incluso en sus hogares. Formación equivalente a magíster, remuneración acorde, certificación estatal de competencias, conocimientos y habilidades, incluso emocionales. Infraestructura de lujo, calefaccionada, con juegos. De manera que las madres sientan plena confianza de dejar a sus chiquitas y chiquitos ahí, a cualquier hora, porque saben que estarán amorosa y competentemente atendidos. Póngale números: varios miles de millones de dólares tan solo en la formación y remuneración del capital humano requerido. ¿Hay mejor inversión? Esto es, por sí solo, mucha más plata que la requerida por la gratuidad en educación superior para los jóvenes del quintil más rico.
- La segunda línea de rescate: consultorios primarios y hospitales. Una vez detectados tempranamente los niños con problemas, estos deben ser derivados a consultorios primarios en estrecha colaboración con los establecimientos escolares. Las psicólogas, psiquiatras y psicopedagogos de los consultorios, en cantidades suficientes, bien formados y remunerados, deben conocerse, cara a cara, con los educadores, y trabajar mancomunadamente. “Aló, Pedro, ahí te mando a Juanito para mañana. Por favor, velo rápido porque está con ataques de ansiedad”. Si el problema escapa al consultorio, en casos excepcionales, debe ser derivado al Hospital zonal… bien coordinado con los consultorios primarios, y no como ahora, en que se los manda desde un médico anónimo a otro médico anónimo, con un papel en la mano, a una larga lista de espera.
- La tercera línea, de rescate y formación: las aulas. Pero estamos hablando de las nuevas aulas de Chile, en que los directivos y profesores, bien formados y evaluados, tengan mucho mayores rangos de libertad para acomodar el currículo y las horas semanales de clases, talleres creativos y de tutoría entre alumnos, deportes, juego libre y recreación, a las verdaderas necesidades de sus alumnos. ¿Tiene sentido, si hay en un aula de Séptimo Básico un 80% de alumnos de nivel real Tercero Básico, seguirles pasando materia de séptimo? (esta no es una exageración didáctica). Salvo, claro está, humillarlos y deprimirlos. Cada comuna podría, por cierto, tener un centro similar al que hay en Las Condes, en que se proporcione apoyo a todas las escuelas para los niños con necesidades especiales de aprendizaje.
- La cuarta línea. La UCI de los niños. Cuando ya los problemas son graves, es necesario institucionalizarlos, en Sename II. Digo Sename II porque el actual, Sename I, más valdría cerrarlo o rehacerlo completo. No tiene ni la infraestructura ni los recursos, ni la capacidad de gestión ni los profesionales necesarios, y las historias que con frecuencia escapan de sus paredes son para llorar. Otros muchos millones de dólares… si no queremos que esos niños se conviertan en la escoria de la sociedad.
- El rescate laboral y la reinserción. Es sabido que más de la mitad de la población penal comenzó a delinquir a los trece años, y que cuando “egresan” por la mal llamada puerta giratoria, salen más preparados y deseosos de delinquir que antes. Las cárceles de Chile, todas, salvo los casos de mayor peligrosidad, deben convertirse en los mejores liceos técnicos del país. Deben ingresar pequeños delincuentes, y deben egresar personas con oficios certificados por los distintos gremios empresariales, habiendo hecho prácticas duales en las últimas fases de su rehabilitación.
- Tecnología. Juanito, hoy, en el Jardín, es uno, en el Kinder es otro, en el consultorio es otro, en el hospital es otro, y en el Sename es otro. Ningún profesional tiene acceso a la ficha de Juanito del otro establecimiento. La base de datos clínica y académica y judicial de Juanito debe ser una sola. Costo despreciable y marginal en lo técnico y económico, pero monumental en la defectuosa coordinación interinstitucional.
¿Vale la pena el esfuerzo, el tiempo y el costo? Usted dirá. Yo votaré por el candidato presidencial que prometa este como el principal y más prioritario programa de reforma del Estado y de rescate de los niños de Chile. Y con un aparato de Estado sólido, coordinado y sin pitutócratas para ejecutarlo. Es esto o no hay salida.