Autor: Matías Ortega

Fuente: Crianza En Flor®

Lo primero que aprendí, fue a confiar en el instinto de la mamá. Aprendí que la mamá es una mamífera como todas y única a la vez. Aprendí que si todo anda bien, los bebés pueden nacer en casa.

Aprendí que al nacer, la cabecita del bebé se comprime, su cuerpo no sale tan ensangrentado ni grasiento como en las películas, y el cordón umbilical palpita por varios minutos. Aprendí también que la placenta sale sola y que es grande, como la mitad de un bebé, y que hay gente que la entierra o que se la come.

Aprendí a dormir todavía más inmóvil, porque había un recién nacido en nuestra cama.

Aprendí a cambiar pañales, a tomar en brazos un bebé y a pasearlo para que se relaje, se duerma o le salgan los flatitos (gases). Aprendí que las primeras caquitas son negras y se llaman meconio. Aprendí que un bebé puede pasar varios días sin hacer caquita y que mientras no salga dura, no es estreñimiento. Aprendí que la probabilidad de que por fin haga caca aumenta exponencialmente en función del tiempo que lleva sin pañal.

Aprendí que los cólicos son una mierda. Aprendí que se me parte el alma cuando mi hijo llora y no lo puedo ayudar. Aprendí que “en las buenas y en las malas” es mucho más fácil cuando se empieza por las malas. Aprendí que una de las soluciones más efectivas contra los cólicos es estar tranquilo, y que para eso se necesitan más brazos. Aprendí que se necesita un pueblo para criar a un niño. Aprendí que un abuelo, una abuela, un papá y una mamá son pueblo suficiente.

Aprendí que los bebés son de goma y “a prueba de padres”.

Aprendí que todos los consejos son bienintencionados, aunque el locutor no lo sea, y aunque a veces sean más bien críticas. Aprendí a mirar dentro de mí (y dentro de la sabiduría de mamá) para saber qué es lo mejor para nuestro hijo.

Aprendí que la crianza natural me apasiona, y que es la solución que el mundo necesita, y que no basta con practicarla, sino que hay que difundirla, y que tampoco basta con alabarla con quienes están de acuerdo, sino que hay que discutirla con quienes no lo están. Aprendí a tender el anzuelo para que me critiquen al respecto, en vez de ser yo el que se mete sin que lo llamen. Aprendí que hay gente que se molesta profundamente con estos temas, y que se sienten tremendamente ofendidos cuando uno dice “yo lo hago de esta forma” porque lo interpretan como “tú lo hiciste mal”. Aprendí que esa gente está loca.

Aprendí que la crianza natural está tan lejos de la sobreprotección como del abandono, y tan lejos de ser permisivo como de ser limitante.

Aprendí que para quienes no han tenido hijos la crianza es menos interesante que un partido de ajedrez por radio. Aprendí que en general, los médicos y los pediatras no tienen idea de crianza ni de lactancia, pero igual repiten los mitos del último tiempo sin darse cuenta del daño que pueden estar causando.

Aprendí que el cariño y la atención son necesidades tan importantes como el hambre, y que para saciarlas no basta con palabras dulces, así como las ganas de comer no se quitan con oler la comida.

Aprendí que los bebés no duermen de corrido. Aprendí que mi hijo duerme mejor con nosotros, y que hay pocas cosas tan ricas como que te busquen para dormir o que exploren tu cara al despertar.

Aprendí que los niños no manipulan como los adultos y que ni siquiera tienen el desarrollo mental para hacerlo, sino que utilizan la forma más efectiva que conozcan para conseguir lo que quieren. Aprendí que todo lo que quieren, lo necesitan. Aprendí que todo lo que necesitan es válido. Aprendí que por mucho que necesiten meterse un cuchillo a la boca o sacarnos un pedazo de brazo con los dientes, no los vamos a dejar.

Aprendí que el “no” está totalmente ausente de su vocabulario y que las distracciones hacen maravillas.

Aprendí que pudiendo elegir entre reír o llorar, mi hijo primero intenta conseguir las cosas por medio de sonrisas.

Aprendí que mi hijo no es dócil y agradable en todo momento, sino que también es impetuoso y obstinado, y me gusta que sea así, porque siento que no va a dejar que lo pasen a llevar.

Aprendí que nadie es un extraño si me acerco a saludar con una sonrisa honesta.

Aprendí que llevarlo en brazos es la mejor manera de evitar filas y detener el tránsito, y también es la mejor manera de que no quiera estar en brazos. Aprendí que la gente usa demasiado los coches, y que yo soy un bicho raro cuando llevo a mi hijo en el fular (a tal punto que me han preguntado que qué llevo puesto).

Aprendí que los niños no necesitan ir a la sala cuna ni al jardín, sino que son los padres los que necesitan un lugar donde dejarlos. Aprendí que es difícil y cruel intentar cambiar millones de años de evolución por un par de siglos de “progreso”.

Aprendí que los niños pueden comer por su cuenta desde que se empiezan a llevar las cosas a la boca.

Aprendí que mi hijo no sabe compartir juguetes, pero le convida a todos de lo que come (incluso a la gente en la micro y a las palomas) y sus ojos se iluminan de felicidad cuando aceptamos.

Aprendí que la alegría de un niño es alegría para toda la familia.

Aprendí que el “tiempo de calidad” no existe.

Aprendí que ser padre es lo que nunca supe que siempre quise.

Aprendí que nada lo aprendí, sino que mi hijo me lo enseñó.

Por Matías Ortega
4° Concurso de Relatos de Crianza Respetuosa Crianza En Flor®

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