Autor: Sebastian Fernández
Fuente: Crianza En Flor
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Hace unos días tuve a mi tercer hijo. Una experiencia máxima en todo sentido. Mientras lo tenia en mis brazos, contemplaba su perfección y le decía lo mucho que lo amábamos, recordé las dudas que se me abrieron al tener a mi segundo hijo. A los 5 años de mi primer hijo tuvimos la maravillosa noticia que venía otro más. Al transcurrir de los meses, empecé a tener dudas acerca de cómo lo haría para amar a este nuevo hijo tanto como al mayor, de donde salía ese amor?, tendría que dividir mi corazón por 2?. Alguien me dijo que solo se amaba más… sonaba simple… pero cómo hacerlo? Luego de su nacimiento entendí que el amor paternal es exponencialmente infinito. El corazón se agranda y se multiplica, literalmente. Entendí que si uno se para desde la perspectiva que debe repartir (dividir) el cariño y los tiempos de calidad, se cae en un profundo error. La operación es la opuesta, se debe multiplicar el cariño, optimizar los tiempos, se vive la entrega por el otro en su máxima expresión.
Ahora, al recibir a nuestro tercer hijo, mi corazón no se cuestionó nada, sabía lo que debía hacer y rápidamente sentí como el amor simplemente se multiplicaba. Me brota la entrega, no solo por mi hijo, sino por la familia entera. Mientras más entrega, más amor se multiplica. Abandonarse de pequeñas cosas generan mucho. Una ducha que toma 15 min, transformarla en 5 puede hacer la diferencia en una taza de té que mi esposa pueda tomar para darse un respiro. De ahí sale el amor que se multiplica.
Entonces, la invitación es abrir el corazón, a tener una presencia presente, a multiplicar momentos que no vuelven, a amar sin freno, a abandonarse por los tuyos y llenarse de ellos.