Autora: Pilar Quijada
Fuente: ABC

No cabe duda de que el nacimiento de un bebé es uno de los mayores desafíos al que se enfrenta una persona. Y por supuesto el cerebro cambia para hacerle frente. Está bien estudiado cómo se modifica en las madres, que entre otras cosas, experimentan un incremento en materia gris en las áreas asociadas al cuidado infantil y se activan redes relacionadas con la vigilancia, el placer y la motivación, para que el pequeño esté bien atendido. Y por supuesto se crean neuronas nuevas en el hipocampo que ayudan a estrechar los lazos con el retoño.

Se han hecho menos estudios sobre los cambios que experimenta el cerebro del padre. Sin embargo, no cabe duda que durante los primeros días de vida del bebé no sólo cambia el cerebro del recién nacido. Permanecer cerca de su retoño y dedicar tiempo a su cuidado también proporciona ventajas cognitivas a los varones. Como en el cerebro de la madre, se produce un aumento del número de neuronas para hacer frente a esa situación estresante, que se considera positiva. Y eso tiene consecuencias visibles: el comportamiento del padre cambia y se hace más solícito.

Padres primerizos

Un nuevo trabajo llevado a cabo en la Universidad de Tel Aviv publicado en el último número de PNAS ha seguido muy de cerca a 89 familias que acababan de tener el primer bebé. Han aprovechado los cambios culturales en la formación de familias para observar el efecto que el recién nacido produce en los varones cuando se dedican a su cuidado de forma parcial o cuando se convierten en el cuidador principal.

Para ello han filmado a 20 familias heterosexuales en las que el cuidado del bebé recaía principalmente en la madre; 21 en las que el padre colaboraba en la crianza y otras 48 formadas por dos varones, en las que no intervenía ninguna mujer en el cuidado del bebé, por lo que podía considerarse a uno de los padres como cuidador principal.

Se midieron también en los participantes los niveles de oxitocina, la hormona que favorece los lazos entre el bebé y sus progenitores. Se observó además su cerebro mediante resonancia magnética cuando veían las grabaciones de vídeo en las que interaccionaban son sus bebés.

Y lo que encontraron fue que había una activación diferencial en el cerebro de mujeres y hombres cuando cuidaban al bebé, que se relacionaba con los niveles de oxitocina y el tiempo que pasaban con el pequeño.

En las madres se activaban sobre todo estructuras más primitivas del cerebro, subcorticales, relacionadas con el procesamiento de las emociones, en especial la amígdala, que se asocia con la maternidad en mamíferos. Estas estructuras se empiezan a modificar ya durante el embarazo.

En los varones que actuaban como cuidadores secundarios del bebé, se activaba una red localizada en las cortezas frontal y temporal, relacionada con las interacciones sociales y la empatía. En especial había una mayor activación en el surco temporal superior.

Padre a tiempo completo.

Pero había otra sorpresa, en los varones que ejercían como cuidadores principales del bebé, en este caso los que formaban familias homoparentales, se activaba tanto la amígdala, igual que ocurre en las mujeres, como el surco temporal superior. Esta última zona del cerebro es fundamental en las interacciones sociales, y en particular atiende a la mirada y otras señales sutiles que dan pistas de hacia donde dirigen la atención los otros y qué pueden estar necesitando. Y, lo más interesante, la conexión entre esas dos estructuras era más intensa cuanto más tiempo empleaba el padre en el cuidado directo del bebé.

Lo que sugiere, según los autores, una gran plasticidad en el cerebro de los varones que cuidan de sus hijos para integrar las redes emocionales (más antiguas) y sociocognitivas. Con ello logran una mayor conexión con el bebé que les permite estar más atentos a sus necesidades.

Dos sistemas de cuidado parental.

Habría, por tanto, dos sistemas de cuidado parental en el cerebro, en función del sexo, explican los investigadores de la Universidad de Tel Aviv. Uno femenino, mucho más antiguo evolutivamente, implicado en el procesamiento de las emociones, y otro masculino, más reciente en la evolución, que se sirve de estructuras más modernas, situadas en la corteza frontal y temporal del cerebro.

El hecho de que en los padres que ejercen como cuidadores primarios se activen ambas (masculinas y femeninas) sugiere que a lo largo de la evolución se han creado rutas alternativas para adaptar su cerebro al cuidado de la prole. Así, aunque solo las mujeres mediante el embarazo, el parto y la lactancia sensibilizan la red emocional (amígdala) para el cuidado de los hijos, los hombres también pueden activarla con los cuidados continuos al bebé en el día a día.

Se puede especular que el interés de los hombres por la prole, que sólo se da en el 10% de los mamíferos, podría anclar sus raíces en nuestro pasado como cazadores recolectores. Los varones que ayudaban a transportar a los hijos, para aligerar a las madres en los largos desplazamientos, eran después “recompensados” con más descendencia, ya que su pareja podía recuperar las fuerzas y estar preparada antes para tener más hijos.

Link al estudio http://www.pnas.org/content/111/27/9792

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